martes, 15 de marzo de 2022

Lascivia *

   Cuando la vi me pregunté por las razones que llevan a una mujer elegantemente vestida a entrar en aquel tugurio. La encuentro sentada alrededor de una mesa de tablones marcada por el tiempo y los círculos, los cientos de círculos, dejados por vasos chorreando.
   Es rubia con melena de rizos artificiales que le caen y reposan en los hombros antes de comenzar a resbalar por la espalda desnuda. Una diadema de pedrería mantiene su frente despejada. Aparenta mediana edad. No es guapa. Los rasgos de la cara son duros, caballunos, lascivos. Tiene la boca grande y los labios finos e intensamente rojos. La nariz es prominente, gibosa.
   Viste un ceñido palabra de honor en satén crema. El escote, muy pronunciado, deja parte de sus pechos al descubierto. Adorna los brazos con guantes largos de seda negros; en la muñeca del brazo izquierdo, sobre el guante, el mismo con cuya mano sujeta un cigarrillo, muestra una pulsera de brillantes. En el cuello luce una gargantilla a juego con unos pendientes largos de perlas con un eslabón en oro al extremo.
   La noche es larga y ella está aquí después de asistir a una representación operística en el Met. Sobre la mesa, un vaso medio vacío y un cenicero de cristal. Parece estar sola, sin embargo sonríe. Lo hace a alguien que no alcanzo a ver. Quizá sea a mí.

* Una mujer rubia visita la sala de fiestas Sammy's, en el 267 Bowery, en Manhattan, vistiendo todavía su traje de noche lucido en la Ópera (hacia 1944).


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