Todo
era perfecto: su
rostro, los ojos, la
boca, el pelo...
El
cuerpo.
Como
ella había soñado.
Ahora solo restaba programarlo. Quería que fuera culto, sensual...
erótico y sexualmente arrollador.
Eso
no era barato, no; pero deseaba lo mejor. No le importaba el precio.
Rachel podía costeárselo, y amaría a ese hombre durante el resto
de su vida. Estaba hecho a su capricho. Sería su primer y único
humanoide. Se casaría con él, y estaba segura que no necesitaría
nada más en la vida. Si muchas mujeres buscaban el amor y después
eran unas pobres infelices, unas desgraciadas, a ella eso nunca le
sucedería. Nada podía fracasar en su caso.
El
día fijado para ir a por su pareja al Centro Español de Creación
Biológica y Programación de Humanoides se levantó temprano y
nerviosa. Apenas había podido dormir y descansar durante la noche.
Se
duchó, desayuno, arreglo... Hoy todo lo hacía maquinalmente. Su
pensamiento estaba en otro lugar. Después de mirarse en el espejo
del salón, y darse el visto bueno, se dispuso a salir. A sus
indicaciones de voz, trasmitidas por el sistema inmótico del
edificio, dos hombres llamaron suavemente a la puerta, y se situaron
a ambos lados, entonces ella salió.
—Bueno
días, señora.
—Hola,
chicos. Vamos allá. Hoy será un día largo y entretenido.
Un
tubo acristalado les condujo a gran velocidad hasta una planta baja,
muy vigilada, donde su vehículo esperaba. Los acompañantes
subieron a
otro estacionado delante
del suyo,
y partieron.
La
ciudad aparecía sumergida en un todo nebuloso, sin visibilidad, y
donde solo era posible surcar las rutas ya fueras aéreas o
terrestres mediante vehículos autónomos como los que transportaba a
Rachel y sus guardaespaldas. La atmósfera de Madrid estaba
convertida, hoy más que otras veces, en una especie de plasma que
casi podía ingerirse, y donde las formas arquitectónicas aparecían
como diluidas. Los habitantes, con sus rostros ocultos detrás
de extrañas mascarillas necesarias para sobrevivir,
daban a la ciudad
un aspecto de soledad
atroz.
Solo los humanoides
prescindían de ellas: no las necesitaban.
Cuando
llegaron, ÉL ya estaba listo y acompañado por los máximos
responsables del Centro. Hubo saludos e intercambio de palabras...
información. Al mismo tiempo, el director, extendió a la
presidenta toda la documentación acerca de su adquisición contenida
en un dispositivo encriptado. Terminado el encuentro protocolarios,
ÉL pudo acercarse hasta ella, bajo la mirada atenta de los dos
guardaespaldas, y besarla en los labios. Su aliento era vaporoso,
como una brisa. El hombre es hermoso, se dijo Rachel. Más de lo que
imaginaba, mucho más. Todo el esfuerzo y el gasto ha merecido la
pena, pensó.
Me
llamo Libio, dijo el humanoide, y te conocí a través de un
holograma, y ese fue el modo en que me enamoré de ti. La
programación actual nos preparara y predispone, pero no lo hace
todo. Nosotros... ya sabes, los manufacturados en laboratorio,
tenemos capacidad y autonomía cognitiva una vez hemos salido del
proceso de fabricación, y también de un potencial casi ilimitado
para integrarnos socialmente e reinterpretar el estado de las cosas.
Como sabes por la documentación entregada de mi historial soy doctor
en medicina, concretamente médico forense, y me gustaría poder
dedicarme a esta especialidad en un futuro, subrayó Libio.
A
Rachel no le pareció mal. Deseaba formar una familia idéntica a la
de los demás, la de sus amigas y conocidos, pero en ausencia de
conflictos. Así pues por qué no iba a poder trabajar su recién
adquirido hombre en lo que le gustase y para lo que estaba formado.
¡No trabajaba ella dirigiendo el país!
Esa
primera noche hicieron el amor. Todo fue como Rachel esperaba: Libio
era de una sexualidad arrolladora.
El
desayuno estaba sobre la mesa. ÉL saboreó el primer café con leche
y cruasán de su vida, mientras Rachel le observaba enamorada.
Luego
Libio quiso saber cuánto tiempo llevaba ella programada. La
presidenta respondió con una sonrisa y un beso húmedo en su boca.
Relajate y descansa para esta noche porque saldremos a cenar y
después follaremos, le dijo en un tono confidencial. Ahora tengo
Consejo de Ministros.
Al
día siguiente, temprano, el desayuno estaba sobre la mesa: el café
humeaba y la bandeja con los cruasanes recién salidos del horno
esperaba. El personal se encontraba en su puesto de trabajo, como
cada mañana. Nada parecía distinto al de otros días en el Palacio
de la Moncloa.
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