viernes, 5 de enero de 2024

Las vidas pasadas nunca pasan

Hace unos días me dio por reflexionar acerca del pasado. En realidad de los intentos de traerlo al presente y rejuvenecerlo; darle sentido de nuevo: revivirlo. En tales circunstancias suele salir en tu socorro el cine. El afán propio, ese deseo irrenunciable y poderosos, te hace encontrar, sin saber muy bien cómo y de qué manera, aquello que ciertamente necesitas: el filme exacto que da vida a ese recuerdo.

Past Lives (Vidas pasadas) es una película en versión original bajo la dirección y guion de la surcoreana-canadiense Celine Song, e interpretada por Greta Lee, como Nora, y Teo Yoo, en el papel de Jung Hae Sung.

Nora y Jung Hae Sung, dos amigos de la infancia muy unidos, se ven separados cuando los padres de Nora deciden emigrar a Canadá. Y será doce años después cuando ambos se reencuentran gracias a Internet, a Facebook, pero sólo se cruzan mensajes y cortas videollamadas. Algunos años después logran encontrarse cuando él viaja a Nueva York, donde ahora vive ella, de vacaciones, aunque en realidad es para verla. Juntos reviven esa infancia y el momento presente del reencuentran, sabiendo cual será el final: la nueva y tal vez definitiva separación. Ambos tienen su vida hecha: Ella escritora y casada también con un escritor, y Jung Hae Sung soltero, con novia, pero en ese momento distanciados, y con un futuro incierto.

Aquella niña, rubia, de ojos intensamente azules y él tenían nueve años cuando jugaban y compartían sus vidas infantiles en una bonita localidad segoviana. Pero como en Vidas Pasadas, llegó la separación. En este caso fue la familia de él quien se traslado a la capital, a Madrid. Como si del eterno retorno se tratase, sesenta y tres años después, igual que en el filme, Facebook logro el milagro del reencuentro. Luego llegaría el largo, intenso y prolongado abrazo. ¡Cuántas historias comunes, sin saberlo, habían vivido a distancia! ¡Cuántos secretos, misterios, y sorpresas surgieron: una nueva vida dentro del tiempo, una especie de Hueco donde sin saberlo ambos existían.

Las vidas pasadas, en realidad no pasan nunca.


miércoles, 18 de enero de 2023

Corea del Sur y el cine indie


Hace unos días me acerqué a una de las plataformas de mi televisor para ver la película coreana Minari: historia de mi familia, escrita y dirigida por Lee Isaac Chung.Días antes había ido a los cines Golem a ver La Novelista y su película, de Hong Sang-soo.
Dos cintas muy distintas, pero con algo en común: el tratamiento de los paisajes, ya sean estos urbanos, como en la Novelista y su película, o rústico, como ocurre en Minari: historia de mi familia.
La fotografía es detallista al máximo, con planos donde sus protagonistas expresan todo un mundo de sensaciones, sentimientos, alegrías y tristezas. Planos largo, lentos... ensimismados, en los que el tiempo no existe. Gran virtud de esta clase de cine.
Minari es la lucha de una familia coreana residente en EE UU por mejorar su vida, dedicada a la nada creativa actividad de sexar pollos. Desean desarrollar una industria agrícola basada en productos que consumen la comunidad coreana, muy extensa donde han ido a instalarse. Finalmente logran el propósito, pero no antes de sufrir un incendio en el almacén por el descuido de la madre de la protagonista debido a la inmovilidad parcial causada por un derrame cerebral. La abuela (Youn Yuh-jung. Oscar 2021 a la mejor actriz de reparto) es al mismo tiempo causa de la alteración en el día a día de la familia, y la unión de todos ellos en superar las desgracias y asumir el reto de sobreponerse a los contratiempos como el matrimonio, con dos hijos, se habían jurado desde un principio. Película sensible, tierna, y en la que es posible ver o entrever ese mundo extraño para muchos de nosotros que es el de ciertos países orientales.
La Novelista y su película es una obra rodada en los arrabales de una gran ciudad coreana. Es el encuentro y reencuentros de diversos personajes, todo a raíz de la necesidad de una novelista, agotada literariamente, de cambiar su registro: hacer un documental, un corto. Es en blanco y negro hasta el último fotograma en el que el director rinde homenaje a su esposa, una de las protagonistas del film, y rueda unos primeros planos de ella sosteniendo entre sus manos un ramo de flores: Kim Min-hee.
He leído varias criticas de esta película y he de decir que ninguna me ha satisfecho. No es como parece, el renacer de una escritora después de lograr escribir y rodar un corto. No, por el contrario es el final de una vida creadora. La imagen en b/n casi final en la que se ve un pasivo donde a un lado esta el ascensor en el que la novelista ha subido hasta la terraza, y al otro lado del pasillo donde se encuentra el estudio es enormemente significativa. En el medio, el más absoluto y frío de los vacíos: ausencia de vida. Ahí esta el el verdadero final. Solo hay una excepción que pasa muy desapercibida, y es la imagen de una niña asomada a la cristalera del restaurante donde la actriz y la novelista están comiendo y hablando de ese posible corto. Esa niña representa precisamente lo que ya no tienen los demás personajes, el futuro, una vida creativa por delante.
He de resaltar el cuidado de la toma de escenas. Pocas tomas de frente y infinidad de perfil, como huyendo, escondiéndose. En realidad es una galería de personajes fracasados: un poeta alcoholizado, una joven actriz con problemas igualmente debido al alcohol, y la dueña de una librería refugiada por sus escasos éxitos como escritora, amiga de la novelista, que ha ido a verla.
Ambos film son sobre todo metafóricos. Esa es una de las grandes riquezas que he podido ver en el cine coreano, Un cine que cada día me atrae más. Un cine indie sumamente atractivo y adictivo.

viernes, 30 de diciembre de 2022

ADADA

Estimado lector, no debe confundir nunca ADADA con DADA, aunque algunos dadaístas podrían pertenecer a la primera sin que nadie se sorprendiera en absoluto.

Querido lector, pensará que le estoy intentando tomar el pelo, pero no. Le cuento. Todos, por lo general decidimos cuando está a punto de comenzar un nuevo año cambiar de vida o iniciar nuevos y arriesgados proyectos: comer menos, hacer más ejercicio, o ejercicio, viajar; cambiar de empresa y mandar a tomar por el culo al actual jefe... En fin, se nos pasa por la cabeza infinitud de ideas. En mi caso les diré que he decidido no esperar a las campanadas para cambiar, y en consecuencia voy a retomar la escritura en este mi diario que tenía abandonado desde hacía mucho tiempo. Y este texto es la prueba de ello. Hoy, viernes-sábado 30-31 de diciembre de 2022, comienzo una nueva etapa, que espero les reporte alguna satisfacción. Bien, dicho todo lo anterior retomo el hilo de mis dos primeras líneas.

ADADA es la abreviatura de Asociación de Amigos del Alcohol, término recogido en algunas, no todas, las ediciones del Manual de español urgente, editado por la Agencia EFE, y DADA es la abreviatura de dadaísmo.

Saco esto a colación por dos razones muy fundamentales. La primera es que esta mañana estuve leyendo un texto del filólogo y amigo, Alberto Gómez Font. En ese escrito, Alberto cuenta cómo en los ochenta era corrector de estilo y asesor lingüístico (filólogo de guardia) en la Agencia EFE, y entre sus funciones estaba, junto con otros colegas, las actualizaciones para la nuevas ediciones del libro de estilo de la agencia: Manual de español urgente. Pues bien en la 4ª edición de 1985, cuenta Alberto, que él y su amigo Ignacio Vázquez Moliní, a la sazón fundador de "una cofradía de amantes de las bebidas destiladas y de las fermentadas" bautizada como Asociación de Amigos del Alcohol (ADADA), decidieron incluir las siglas de dichas asociación en el apartado Siglas y Abreviatura de la prestigiosísima publicación Manual de español urgente.

ADADA se mantuvo en esa sección hasta la edición 18ª de 2015. Su fama se ha extendido por muchas partes sin que nadie reparara en verificar su existencial real, como apunta Alberto. Tal es así que cuando en 2008 se creo Wikilengua, su creador "no reparó en que lo de ADADA era una broma, y la mantuvo en la lista de siglas. Y allí sigue...", subraya Alberto.

En todo caso, sea broma o no, yo en el próximo año le haré llegar una nota participándole mi categórico deseo de ser admitido en la ADADA. Y ahora les diré porqué. Hace unos meses debuté con unos fuertísimos dolores de tripa que no cedían con nada. De modo que una tarde ya desesperado acudí a Urgencias, al hospital más cercano en aquel momento, me exploró, según parece, la jefa del servicio de urgencias, a la que insistí que tenía una hernia inguinal, y que podría ser una de las causas. Dijo que de hernia inguinal ¡nada de nada!, "en mi palpación no la detecto". Pese a ello, le comenté que me había sido diagnosticada por ecografía, y además sometido a un fracasado intento de eliminarla quirúrgicamente en un hospital de la SS. Me enfadé con la cirujana y me fui a casa. No he vuelto

Sin embargo, ella me preguntó por mis vicios. Que si fumaba; ya no, dije: hace veinte años que lo dejé. Que si tomaba alguna droga. No, por supuesto, aseguré; y que si bebía alcohol. No, apunté. Pero insistió: ¡No bebe nada! ¡No, no bebo nada!, subrayé algo molesto. Bueno, si acaso una cerveza muy de vez en cuando, y si a eso se le llama beber, pues sí. Y ella repitió, SÍ...

En su parte de alta señaló a mis dolores como algo inespecífico, que bebiera agua y tomara algún analgésico. Con eso se me pasaría. Sin embargo consignó algo que no puedo olvidad: Ex fumador y Alcohólico, decía el texto. Olvidé decir a la doctora que mis cervezas, una al mes (como mucho) eran 00. Quizá entonces hubiese rectificado y haber puesto Alcohólico 00. Tal vez.


sábado, 26 de noviembre de 2022

Él

Todo era perfecto: su rostro, los ojos, la boca, el pelo... El cuerpo. Como ella había soñado. Ahora solo restaba programarlo. Quería que fuera culto, sensual... erótico y sexualmente arrollador.

Eso no era barato, no; pero deseaba lo mejor. No le importaba el precio. Rachel podía costeárselo, y amaría a ese hombre durante el resto de su vida. Estaba hecho a su capricho. Sería su primer y único humanoide. Se casaría con él, y estaba segura que no necesitaría nada más en la vida. Si muchas mujeres buscaban el amor y después eran unas pobres infelices, unas desgraciadas, a ella eso nunca le sucedería. Nada podía fracasar en su caso.

El día fijado para ir a por su pareja al Centro Español de Creación Biológica y Programación de Humanoides se levantó temprano y nerviosa. Apenas había podido dormir y descansar durante la noche.

Se duchó, desayuno, arreglo... Hoy todo lo hacía maquinalmente. Su pensamiento estaba en otro lugar. Después de mirarse en el espejo del salón, y darse el visto bueno, se dispuso a salir. A sus indicaciones de voz, trasmitidas por el sistema inmótico del edificio, dos hombres llamaron suavemente a la puerta, y se situaron a ambos lados, entonces ella salió.

—Bueno días, señora.

—Hola, chicos. Vamos allá. Hoy será un día largo y entretenido.

Un tubo acristalado les condujo a gran velocidad hasta una planta baja, muy vigilada, donde su vehículo esperaba. Los acompañantes subieron a otro estacionado delante del suyo, y partieron.

La ciudad aparecía sumergida en un todo nebuloso, sin visibilidad, y donde solo era posible surcar las rutas ya fueras aéreas o terrestres mediante vehículos autónomos como los que transportaba a Rachel y sus guardaespaldas. La atmósfera de Madrid estaba convertida, hoy más que otras veces, en una especie de plasma que casi podía ingerirse, y donde las formas arquitectónicas aparecían como diluidas. Los habitantes, con sus rostros ocultos detrás de extrañas mascarillas necesarias para sobrevivir, daban a la ciudad un aspecto de soledad atroz. Solo los humanoides prescindían de ellas: no las necesitaban.

Cuando llegaron, ÉL ya estaba listo y acompañado por los máximos responsables del Centro. Hubo saludos e intercambio de palabras... información. Al mismo tiempo, el director, extendió a la presidenta toda la documentación acerca de su adquisición contenida en un dispositivo encriptado. Terminado el encuentro protocolarios, ÉL pudo acercarse hasta ella, bajo la mirada atenta de los dos guardaespaldas, y besarla en los labios. Su aliento era vaporoso, como una brisa. El hombre es hermoso, se dijo Rachel. Más de lo que imaginaba, mucho más. Todo el esfuerzo y el gasto ha merecido la pena, pensó.

Me llamo Libio, dijo el humanoide, y te conocí a través de un holograma, y ese fue el modo en que me enamoré de ti. La programación actual nos preparara y predispone, pero no lo hace todo. Nosotros... ya sabes, los manufacturados en laboratorio, tenemos capacidad y autonomía cognitiva una vez hemos salido del proceso de fabricación, y también de un potencial casi ilimitado para integrarnos socialmente e reinterpretar el estado de las cosas. Como sabes por la documentación entregada de mi historial soy doctor en medicina, concretamente médico forense, y me gustaría poder dedicarme a esta especialidad en un futuro, subrayó Libio.

A Rachel no le pareció mal. Deseaba formar una familia idéntica a la de los demás, la de sus amigas y conocidos, pero en ausencia de conflictos. Así pues por qué no iba a poder trabajar su recién adquirido hombre en lo que le gustase y para lo que estaba formado. ¡No trabajaba ella dirigiendo el país!

Esa primera noche hicieron el amor. Todo fue como Rachel esperaba: Libio era de una sexualidad arrolladora.

El desayuno estaba sobre la mesa. ÉL saboreó el primer café con leche y cruasán de su vida, mientras Rachel le observaba enamorada.

Luego Libio quiso saber cuánto tiempo llevaba ella programada. La presidenta respondió con una sonrisa y un beso húmedo en su boca. Relajate y descansa para esta noche porque saldremos a cenar y después follaremos, le dijo en un tono confidencial. Ahora tengo Consejo de Ministros.

Al día siguiente, temprano, el desayuno estaba sobre la mesa: el café humeaba y la bandeja con los cruasanes recién salidos del horno esperaba. El personal se encontraba en su puesto de trabajo, como cada mañana. Nada parecía distinto al de otros días en el Palacio de la Moncloa. 

#Historiasdelfuturo

miércoles, 16 de marzo de 2022

Piernas al desnudo *

   Afuera la noche es lluviosa y fría. Antes de salir del Hamburg Heave, ella se detiene momentáneamente en la puerta. El tiempo necesario para levantarse la falda hasta por encima de la rodilla, dejando al descubierto sus piernas de ensueño, y ajustar el broche del liguero que sujeta una de sus medias. Con la otra mano, en la que tiene un paraguas, impide que la puerta del burguer se cierre.
   Lleva un vestido oscuro con cinturón, chaqueta clara y abrigo tres cuartos de piel con grandes hombreras, guantes oscuros, una boina calada ocultando su melena rubia, y unos botines de ante abiertos por delante.
   Su postura, semi inclinada hacia adelante y ladeada, apenas si deja al descubierto su rostro pálido de labios grana, ojos rasgados y finas cejas.
   El suelo brillante de la acera, sobre el que cae una fina cortina de agua, devuelve el reflejo de sus piernas al desnudo.


* Mujer joven sale de la Hamburg Heave, en Manhattan (hacia 1940.

Las manos *

Las mujeres ríen de felicidad. Son negras y asisten a un concierto de jazz en Harlem. 
Están agarradas a un cordón que las separa del escenario donde actúan los músicos para evitar que lo invadan.
Sujetas al cordón hay un sinnúmero de manos, imposible saber de quién es cada una de ellas. ¡Son tantas y se parecen tanto!



* Concierto en Harlem (hacia 1940).

I Ain't Got Nobody in New York (Yo nunca he estado en New York) *

   El local está muy concurrido. Nunca había estado en New York y no conocía a nadie. Paseo la mirada en busca de un sitio donde sentarme, alguna mesa vacía. Nada, todo ocupado.
   Mis ojos se detienen en una mesa en la que hay dos parejas. Sobre un mantel de cuadros veo dos cajetillas de cigarrillos Camel y Lucky Strike. En el centro del tapete reposa una botella de cerveza Rupper, varios vasos y un cenicero.
   Una de las parejas se besa apasionadamente, ausentes de todo lo que ocurre a su alrededor. La otra observa la escena, aunque la mujer aparta la vista algo turbada. Quizá porque se ha dado cuenta de que yo estoy mirándola.
   La joven no es guapa, sí atractiva y de aire seductor. En el momento que nuestras miradas se cruzan ella apoya en el borde de la mesa una de sus manos de largos, delicados y delgados dedos entre los que sujetaba un Camel sin filtro. Tiene las uñas muy cuidadas, largas y esmaltadas en granate. En el anular he creído ver un anillo; quizá de compromiso. Me quedo
de pie, admirando aquel conjunto. Ella sostiene la mirada y percibo una sonrisa en sus ojos. En el jukebox suena I Ain't Got Nobody, de Coleman Hawkins.

* Reunión de dos parejas de jóvenes en un bar de la Bowery; besos, cerveza y cigarrillos (Manhattan) (hacia finales del decenio 1930).

Simetría *

   
En el furgón policial, con bancos corridos a cada 
lado, hay dos tipos elegantemente vestidos y con relucientes zapatos de charol. Están sentados uno a cada lado, enfrente el uno del otro. Entre ambos, y al fondo del furgón, donde permaneces inmóviles, hay una rejilla y, justo debajo, sujeta a la medianera que separa la cabina del conductor —como si fuera un cuadro abstracto—, la rueda de repuesto.
   A los dos tipos solo se les ve las manos, finas y delicadas, sujetando sus sombreros con los que se cubren el lado de la cara, expuesta a la vista de todos, de la mía también.
   Ofrecen una imagen simétrica, con la rejilla y la rueda de repuesto en el centro, y los dos tipos, uno a cada lado, sentados en idéntica postura y gesto. Los dos comparten en igual número las tablas del suelo sobre las que apoyan sus pies.
   Los caballeros van detenidos, y antes de cerrar las puertas del furgón se asoma el objetivo de una cámara.

* Dos tipos en un furgón policial se esconden del fotógrafo con ayuda de su sombrero (New York) (hacia 1941).

Vendedor de flores *

   
Cerca del Metropolitan, en sus alrededores, me 
encuentro con un vendedor de flores. Va vestido con traje, corbata y abrigo. La tarde es lluviosa y lleva un gorro de agua, como el que usan los marineros, atado a la barbilla. La camisa le queda pequeña y no puede abrocharse el botón del cuello. Eso hace que la corbata no encuentre el centro y vaya de un lado para otro, descolocada, ladeada, mostrando las dos arterias que brotan del nudo. El resto se vira como si quisiera iniciar un movimiento de baile en espiral. Los puños de la camisa también los lleva desabrochados. Posiblemente le falten los botones o los puños sean demasiado estrechos. El abrigo, de paño, amplias solapas y tejido con diminutos cuadritos, tiene los ojales desgarrados.
   El hombre aparenta unos cuarenta años, va con barba de varios días. Tiene la nariz alargada y anchas aletas; su boca es grande y de labios gruesos. En una de las manos carga con una caja de cartón grande, rectangular, y en la otra muestra una flor. En realidad la ofrece, alargando el brazo para acercársela al posible comprador. La expresión de sus ojos, de la boca entreabierta y el gesto de su brazo extendido, es un lenguaje mudo pero explícito: «¡Vamos, cómpreme esta flor!».
   No pude sustraerme a ello y le alargo unas monedas. Él, sonriendo, me entrega la flor. Luego sigo mi camino hacia el Metropolitan. Hoy viernes estoy citado con Eddie. Vamos a ver Las bodas de Fígaro.

* Vendedor de flores al lado del Met (hacia 1940).

martes, 15 de marzo de 2022

Lascivia *

   Cuando la vi me pregunté por las razones que llevan a una mujer elegantemente vestida a entrar en aquel tugurio. La encuentro sentada alrededor de una mesa de tablones marcada por el tiempo y los círculos, los cientos de círculos, dejados por vasos chorreando.
   Es rubia con melena de rizos artificiales que le caen y reposan en los hombros antes de comenzar a resbalar por la espalda desnuda. Una diadema de pedrería mantiene su frente despejada. Aparenta mediana edad. No es guapa. Los rasgos de la cara son duros, caballunos, lascivos. Tiene la boca grande y los labios finos e intensamente rojos. La nariz es prominente, gibosa.
   Viste un ceñido palabra de honor en satén crema. El escote, muy pronunciado, deja parte de sus pechos al descubierto. Adorna los brazos con guantes largos de seda negros; en la muñeca del brazo izquierdo, sobre el guante, el mismo con cuya mano sujeta un cigarrillo, muestra una pulsera de brillantes. En el cuello luce una gargantilla a juego con unos pendientes largos de perlas con un eslabón en oro al extremo.
   La noche es larga y ella está aquí después de asistir a una representación operística en el Met. Sobre la mesa, un vaso medio vacío y un cenicero de cristal. Parece estar sola, sin embargo sonríe. Lo hace a alguien que no alcanzo a ver. Quizá sea a mí.

* Una mujer rubia visita la sala de fiestas Sammy's, en el 267 Bowery, en Manhattan, vistiendo todavía su traje de noche lucido en la Ópera (hacia 1944).


domingo, 13 de marzo de 2022

Infortunio *

 
El incendio ha destruido y calcinado todo. La mujer y su bebé han quedado dentro, en uno de los pisos, entre las llamas, consumidos por ellas. 
   Abajo, en la calle, las exclamaciones de la gente, el ulular de las sirenas y el trajinar de los bomberos y policías es ensordecedor. 
   Es de noche y en medio de la calle veo el espanto y el dolor lacerantes en el semblante de quienes miran hacia uno de los pisos en llamas. La mujer lleva la cabeza y los hombros cubiertos por una mantilla que sujeta con la mano por debajo de la barbilla. No deja de mirar hacia arriba consumida por el dolor. Agarrada a ella, por delante, una joven llora y sin comprender del todo lo que ocurre, busca ayuda desesperadamente con la mirada extraviada.
   La mujer acaba de perder a una hija con su bebé. La miro y veo a La Piedad de Sandro Botticelli. Esta piedad es negra y ha sido pintada por el infortunio, la postergación, el color diferente, las casas viejas en barrios míseros. Esta Piedad Negra se encuentra expuesta en infinidad de recónditas esquinas de Brooklyn.

* El 15 de diciembre de 1939, una mujer y su hija, desesperadas contemplan cómo un incendio asola su casa, en la que se ha quedado atrapada en el último piso otra de sus hijas, con su bebé. Brooklyn (New York).

Las vidas pasadas nunca pasan

Hace unos días me dio por reflexionar acerca del pasado. En realidad de los intentos de traerlo al presente y rejuvenecerlo; darle sentido d...