jueves, 30 de diciembre de 2021
La Guerra Fría alcanza al Cafe Society
Cuando Herni me trajo mi bourbon a la mesa le pregunté qué ocurría: “Barney nos ha dicho que su hermano León ha sido llamado por el HUAC, y está muy preocupado por las repercusiones que eso está teniendo para él, y que ya han comenzado a reflejarse en la prensa”.
Y quién narices es el HUAC, pregunté de nuevo a Herni: “El HUAC es el Comité de la Cámara de Actividades Antiamericanas. Barney podrá darte más detalle del asunto. Me ha dicho que le avise en cuanto llegaras”.
Mientras esperaba a Barney, me entretuve, como el resto del público, muy numeroso esta noche, en escuchar a Helen Forrest y su Takin 'A Chance on Love, de Vernon Duke. ¡Fantástica!.
Barney no tenía muy buen aspecto que digamos cuando le vi dirigirse a mi mesa. Se sentó y Sam le sirvió un martini.
Barney Josephson y yo nos conocimos hace bastante tiempo en el Cotton Club, de Harlem. Eso debió de ser alrededor de 1931 ó 1932. Ambos éramos y somos unos grandes aficionados al jazz y a las big band. Barney fundo el Cafe Society en 1938, y desde entonces soy cliente suyo. Luego, dos años después creó el Cafe Society Uptown, que también frecuento con cierta asiduidad.
Según me cuenta resulta que su hermano León, abogado, quien además trabaja para la organización Defensa Internacional del Trabajo, se ha negado en rotundo a declarar ante la Cámara de Actividades Antiamericanas, y como resultado de ello ha sido encarcelado por desacato. Si esto ya es malo, me asegura, ahora la prensa dice que el Cafe Society es un refugio de comunistas.
¿Qué te parece? ¡Un refugio de comunistas!. Esto lo único que es un club en el que blancos y negros trabajamos juntos por la música. Y eso les molesta a medios conservadores y sus voceros, esos periodista republicanos y últraconservadores que ven comunistas en todas partes.
Barney estaba francamente alterado. Es cierto que el Cafe Society es un lugar frecuentado por la intelectualidad neoyorquina favorable a la integración de la sociedad segregada, y que se han hecho recolectas y actos políticos para tales fines. Ahora tachar al Café de lugar de reunión y financiación de actividades comunistas, eso era una vileza.
Barney estaba seguro que los ataques a su establecimiento eran una maniobra orquestada por Clare Soothe Luce y sus poderosos amigos en venganza por haber puesto a su establecimiento el nombre que ellos utilizaban - Cafe Society - para referirse a los habituales asistentes a los club más exclusivos de New York, como el Morocco, Stork Club y el Club 21. "El encarcelamiento de mi hermano ha sido la coartada perfecta", me aseguró.
Clare Soothe Luce, convencida de la necesidad de mantener la segregación racial es la mujer de Henry Luce, el furibundo anticomunista propietario de Time, Life y Fortune.
Así que Barney estaba seguro que a partir de ahora no tendría más que problemas. De hecho, me aseguró, ya había comenzado a notar cierta caída en los ingresos de su negocio, especialmente en el Cafe Society Uptown.
Hacia ya un buen rato que Natalie se nos había unido y escuchaba atentamente las explicaciones del dueño del Cafe Society. Herni la sirvió un martini, y en el escenario comenzaba a actuar una de las tres o cuatro cantantes que más aprecio por su calidad interpretativa, y por su belleza. Ella es Edythe Wrigh,
Comenzó con The Lady is a Tramp y Destello de Estrella, y antes de continuar se acercó a la mesa donde estábamos Barney, Natalie y yo para saludarnos. La dije que no se olvidara de cantar You Don't Know How Much You Can Suffer si no me enfadaría con ella. Me sonrió y acercándoseme me susurro algunas frases al oído que no voy a revelar. Luego me dio un fugaz beso en la boca y se dirigió al escenario contorneando sus espléndidas y deseables caderas. Natalie ni se inmutó, sabía que esa noche me tendría para ella sola.
Después de enterarme de todo esto supuse que las cosas no le marcharían bien a Barney, y a mi tampoco, claro. Yo no comparto ni una sola idea de los bárbaros comunistas, pero tampoco estoy dispuesto a renunciar a relacionarme con quien me apetezca libremente, como he hecho hasta ahora. Todo hace presagiar que la Guerra Fría, con tintes racistas, ha alcanzado al Cafe Society.
miércoles, 29 de diciembre de 2021
I'll Never Smile Again
Pero bueno, a lo que iba. Les estaba diciendo que en mi caso la tristeza no es una de esas raras emociones que a veces invaden al ser humano, y que a mi, por las causas que sean, no se molesta en acercarse. Quizá todo ello se deba a la existencia de una subespecie de ser humano, desconocida o rara, y a la que yo pertenezca. Todo es posible.
Se preguntarán a qué viene todo esto. Y con razón. Verán, anoche llegué al Café Society como de costumbre a eso de la medianoche, tal vez un poco antes. Había quedado a partir de las doce con Vlady, esa rubia escultural y de mirada abrasadora de la que ya les he hablado en alguna otra ocasión.
Para que no piensen que Vlady es solo y exclusivamente un bello objeto del que me valgo egoístamente, les diré que sin que esto sea del todo incierto -todos nos valemos de los demás de una u otra forma-, Vlady es una mujer que de mí tan solo necesita alguno de mis muchos vicios. Esta mujer de físico extraordinario, es además una magnífica fotógrafo. No hay un solo rincón en todo Manhattan que haya quedado libre del objetivo de su cámara. Y es difícil encontrar una publicación en la que no haya aparecido alguno de sus trabajos. También escribe sobre fotografía y expone en las principales salas de la ciudad. Si no fuera por un par de detalles que me avalan, y acerca de los cuales prefiero guardar silencio, yo sería un estorbo para esta mujer.
Cuando Vlady entró en el Café Society estaba hablando en mi mesa con Tommy Dorsey, amigo y soberbio trombonista, que esta noche actúa con su orquesta. Hablábamos de Ruth Lowe, a la que Vlady y yo habíamos conocido no hacía demasiado tiempo. Todo surgió a raíz del gran éxito que Tommy había cosechado con la canción en mi bemol mayor I'll Never Smile Again que Ruth compuso a finales del 39. La letra habla de la tragedia por la que Ruth había pasado:
Ruth estaba emparejada con un tipo de Chicago, un publicista musical. No recuerdo su nombre. El hecho es que un año después de casarse éste murió a consecuencia de una intervención quirúrgica de riñón. Eso destrozó a Ruth.
Cuando Tommy Dorsey y su orquesta atacaron los primeros compases de I'll Never Smile Again (Si, Re, Do, Mi, Fa, Fa, Fa, Fa, Sol, Fa, Mi, Sol), una sensación extraña me invadió. Aquello era nuevo para mi. Nunca había sentido algo similar. Vlady lo noto y me pregunto qué me pasaba. Intenté explicárselo lo mejor que pude. Pero no hizo falta, Vlady es una mujer demasiado inteligente: “Eso se llama melancolía. ¿Entiendes lo que te digo? Yo no contesté. No sabía que decir. Pedí un burbon doble con hielo a Herni y mientras esperaba su llegada agarré a Vlady por la cintura y la atraje fuertemente hacía mi buscando la brisa cálida de su aliento. Anoche deje de creer en raras subespecies y en mi presunción.
Astoria
Diálogos
Masa corporal del 27
Anoche invité a Maxine, la dueña de la lavandería a la que llevo mi ropa a lavar y planchar con menos frecuencia de lo debido, al Café Society. Se lo había prometido, y no fue para cumplir y ser amable con ella. Nunca he dejado de cumplir mis compromisos, y menos que con nadie, con las mujeres. Sin ninguna pretensión exagerativa, esta propietaria de lavandería es la negra más impresionante, deslumbrante y con mejor cuerpo de todo Manhattan. Tiene alrededor de 40 años, mide 1,60 y su masa corporal debe andar por los 27. Para soñar. El ex marido, que la abandonó dejándola embarazada y llevándose todo lo que pudo y más, además de canalla era un majadero.
Maxine y yo hemos tenido suerte, porque esta noche en el Café Society está mis viejos amigos Lester Young y Teddy Wilson con su cuarteto. Cuando entramos en el Café comenzaba a sonar All of me. A mis amigos y conocidos suelo decirles siempre que si no han llevado nunca a su chica a oírlos tocar, en tal caso no deben estañarse si un día les abandonan para irse con otro.
Hice una seña a Herni para que trajera un martini a Maxine y lo de siempre para mi. Sonriendo me hizo una leve seña de aprobación por la hermosura que me acompañaba esta noche. Comenzaba a sonar Prisioner of love y Maxime se acurrucó junto a mi. Fue entonces cuando sentí la brisa cálida de su aliento en mi rostro.
Tarde nos fuimos juntos a la cama, y esta mañana cuando desperté Maxine ya se había marchado; ella madruga para abrir la lavandería. En un primer momento me sobresalté al no verla junto a mi. Después me tranquilice al acordarme que se había tenido que ir muy pronto, y al comprobar, ya por costumbre o instinto, que Maxine no me había abandonado y sacado de su vida: debajo de la cama no encontré nada, ninguna prenda olvidada a propósito para dejarme un recuerdo por su adiós.
Supuse que Maxine no me haría algo semejante. Ella es la única persona que sabe tanto como yo de mi vida sexual. El FBI debería utilizar más las lavanderías de este país en sus investigaciones si quiere que no se queden tantos crímenes sin resolver.
martes, 28 de diciembre de 2021
Piernas maquilladas
Vlady me comentaba en el Café Society que se había vuelto loca buscando por todo Manhattan y más allá, en Harlem, Brooklyn y Queens, “unas jodidas medias de nailon o de seda”; así me lo dijo: “unas jodidas medias de nailon o de seda”.
La observe extrañado. Ella nunca dice palabras feas. Algo ha debido sucederle para que rompa esa costumbre. No la dije nada porque vi en la expresión de su cara que no había terminado aún de hablar. Tan solo le hice una seña para que esperara un instante mientras pedía a Herni dos güisquis con hielo. Luego la mire a los ojos y adopte una actitud de espera, de estar atento y dispuesto a escuchar todo lo que tuviera que echar por su hermosa, grande, sugerente y abrasadora boca. Por supuesto que no osaría interrumpirla. Ni por asomo se me ocurriría tal cosa.
“No he sido capaz de encontrar en todo New York unas medias ni de nailon ni de seda. ¿¡Qué te parece!? ¡Eh! ¿¡Qué te parece!? Ni una solo. Me han dicho que la guerra tiene la culpa. Que el nailon y la seda lo necesitan para otras cosas no para confeccionar medias. Así, tal cual. ¿Cómo mierda pretende el Gobierno que vayamos con las piernas al aíre, desnudas en invierno? No me parecería mal que hubiese escasez por necesidades de la guerra, pero de ahí a que no haya ni un par de medias en todo el país, es imperdonable”.
Me pareció que después de decir todo esto, de desahogarse conmigo, empezó a tranquilizarse, a hablar más pausadamente, menos enfurecida. Creo que ahora me va a decir cuál ha sido la solución que finalmente ha encontrado. Vlady es así. Primero te cuenta la desgracia y después la solución. Si no la ha encontrado, en ese caso no te cuenta nada. Calló durante un rato mientras daba caladas seguidas a su cigarrillo y bebía a pequeños sorbos su bourbon.
Pasado un rato, Vlady suspiró y se dispuso a contarme el resto, la solución, en tanto que en el escenario sonaba You're Getting to Be a Habit with Me interpretada por Paggy Lee.
“¿Sabes qué? Que una amiga me habló la semana pasada, cuando le conté lo que me pasaba con las medias, que ella había pasado por lo mismo, pero que ahora utilizaba un producto que, aunque te parezca mentira -me dijo-, es como llevar medias, pero sin medias. Lo más sorprendente es que es un producto que se da en las piernas; que se aplica como si fuese una crema. ¿Entiendes? ¿Me estás escuchando?” Dije que por supuesto estaba escuchándola. Y es cierto, no estaba perdiéndome detalle de sus historia: no todos los días me entero de que mi chica lleva medias sin llevar medias.
“El producto se llama Velva Leg Film, de Elizabeth Arden, y lo hay en dos tonos: Sun Beige y Sun Bronze. Fíjate que con una botella de un dólar tengo para 20 aplicaciones, el equivalente de 20 pares de medias. Es muy resistente, no se forman carreras, ni se saltan puntos, tampoco se borran y puede quitarse simplemente con agua y jabón. Y lo mejor de todo, el maquillaje deja la superficie de las piernas lisa y suave; parece que llevas medias de seda de la mejor clase”.
La verdad es que me alegré por ella. Sin embargo me entristecí algo por mi: nunca hubiese pensado que para irme a la cama con Vlady tuviera que lavarle antes las piernas. Me dije que esa circunstancia asociada al güisqui mermaría bastante mi virilidad. En lugar de medias colgando del picaporte de la puerta de la habitación o a los pies de la cama, ahora me encontraría con un jodido sucedáneo en forma de fría y muda botella sobre el tocador. En fin solo me quedaba maldecir la guerra y esperar que acabara pronto.
Me di cuenta que yo también estaba molesto como Vlady con el Gobierno, pero por motivos bastante diferentes. Fijé mi pensamiento en la flacidez de mi entrepierna, suspire resignadamente y decidí pedirle otro bourbon a Herni. En ese momento Peggy Leer tocaba Black Coffee. La melancolía invadió mi cuerpo. Y me pregunté si esta noche sería capaz...
Vuelta a la normalidad
Del mañana
Cuando me repuse no pude por menos que preguntarle el motivo de su presencia aquí: por qué había abandonado el mañana para desplazarse al ayer o al anteayer en Manhattan. Sin mostrar sorpresa me aseguro que simplemente quería conocer la vida actual aquí y la gente por la que sentía interés debido a su profesión: cantantes, músicos, escritores, actrices, muchas de las mujeres hermosas que había visto en revistas y fotos. Solo eso, aclaró. También me dijo que de donde él venía las cosas no rodaban muy bien: la gente es bastante infeliz y, además, eso lo agrava la incultura que va ganando cada día más y más adeptos.
Yo le hablé de la pobreza aquí, de la discriminación racial, de lo difícil que era a veces vivir con cierta dignidad. No me dijo mucho, solo que en el mañana había algunas cosas que cambiarían para mejor, otras se mantendrían igual y otras empeoraría. Acerca de las cosas que mejorarían, que fue por lo único que mostré interés, se refirió a la cuestión entre blanco y negros. Muy serio me aseguro que si yo no palmaba antes vería de presidente a un negro. Dicho esto se levanto para ir al retrete.
Yo, por mi parte, miré de nuevo mi vaso, llame a Herni y le dije que me trajera un bourbon doble, pero si hielo. Me miro extrañado, se encogió de hombros y se metió detrás de la barra. Pasó mucho tiempo, pero aquel tipo no volvió por la mesa. Había desaparecido, se había esfumado.
Cuando entró Vlady, la rubia de mi sueños, la de anteayer, ayer y mañana, sentí un gran alivio: podía desahogarme con ella y además Vlady es una mujer que no es arquetipo de las teorías de los doctores Wilkinson y Skreta. Llegó mi boubon solo, sin hielo.
La invitación
Esta mañana al despertarme sentí el cuerpo desnudo de Vlady junto al mío. El hecho me sorprendió, porque siempre cuando me despierto estoy solo: ellas recogen sus cosas y sigilosamente salen de la habitación, es decir de mi vida. El único recuerdo que me dejan de su paso, y no siempre, son sus bragas debajo de la cama. Con algo de nostalgia las añado al montón de ropa sucia que acumulo y que de tarde en tarde llevo a la lavar.
En la lavandería, la dueña recoge todas esas prendas íntimas, ya limpias, y las guarda para darla a alguna de esas asociaciones que se dedican a ayudar a los necesitados, y que ella conoce. La dueña del establecimiento es la única persona que sabe tanto como yo de mi vida sexual y del tipo de mujer que me frecuenta.
Al ir a por la ropa limpia, siempre me sonríe con algo de complicidad, y después me sugiere que vaya algo más a menudo, que no espere tanto, es decir, que no acumule tanta ropa sucia y maloliente en el apartamento.
La observo y tengo la sensación de que espera algo de mi. Percibo un deseo en su mirada y expresión. El tipo con el que vivía la dejó embarazada y estuvo a punto de arruinarla antes de desaparecer llevándose todo lo que pudo, incluida la furgoneta de reparto. La llamada telefónica del director del banco la salvo de la hecatombe financiera, no así del parto. Ahora vive sola con su hija, y tiene una chica negra, como ella, de empleada en la lavandería.
Es una mujer atractiva, tremendamente atractiva, y se la ve feliz y con toda una vida por delante, pero demasiado joven para estar sola.
El otro día la propuse llevarla una noche al Café Society y presentarle algunos amigos y conocidos. La miré a los ojos y supe que llevaba tiempo esperando este momento.
Cuestión de color
Sam me trajo un bourbon con hielo, como a mi me gusta, con tres cubitos de hielo. Le pregunté por Herni, y me dijo que esta noche libraba.
Hoy el Café Society está más concurrido que de costumbre, y eso que he llegado pronto. Veo a Barney, el dueño, muy activo: va de aquí para allá sin descanso. En su ajetreo, se detiene un instante en mi mesa par saludarme, y decirme que esta noche «estará con nosotros Lena Horne». Lena es una mujer por la que yo siento especial aprecio, quizá porque ella y Billie se entienden bien. Quiero decir que el éxito, el fracaso o la desgracia no empañan su relación de afecto. Me pregunté si eso tendría algo que ver con el color de su piel y la segregación racial.
No se, pero ese comportamiento humano, de unión en la felicidad y la tristeza, me hizo pensar en una conversación que tuve, de eso hace ya bastante tiempo, con el doctor Wikilson, que tenía, o quizá tenga aún, su consulta en el Upper East Side. Wikilson decía que entre las mujeres rubias y las morenas había una gran diferencia. Aseguraba que los cabellos rubios y morenos «son los dos polos opuestos del comportamiento humano».
Wil era un tipo raro. Tenía un criterio extraño acerca de las mujeres. Sin embargo, vivía de ellas. Entiéndase, no es que ofreciera sus favores sexuales, a cambio de dinero, a las mujeres neoyorquina de la alta aristocracia despechadas por sus maridos dedicados a los negocios. No. Wil no tenía cualidades para ello, ni mucho menos pretensiones. El doctor cobraba por hacer de confidente en unos casos y solucionar..., en otros, el inconveniente que para algunas de estas señoras de la alta sociedad suponía quedarse embarazada de algún amante. Lo que solía ocurrir en horario de oficinas, es decir mientas el marido se encontraba seguramente dictando alguna larga y complicada carta a su secretaria, mientras la tocaba el culo, y ella se cagaba en su puta madre en silencio. De esto vivía Wil, ginecólogo extravagante y algo loco, pienso.
Para el doctor las rubias eran el arquetipo de la feminidad, de la ternura, en el sentido de ñoñería, y la pasividad. En cambio las morenas eran todo lo contrario, representaban todas y cada una de las cualidades que se le atribuyen al hombre: virilidad, fuerza, valor, franqueza y acción. Creía incluso que las mujeres que se teñían el pelo de rubio terminaban imitando al color y se convertían en seres inservibles: frágiles muñecas, que necesitan de todo (cariño, dinero...) y que eran incapaces de valerse por si mismas. Así pues su conclusión era que si el pelo moreno se imponía, –es decir, se ponía de moda, decía él– en el mundo, esa sería «la mayor y más importante revolución social jamás habida».
Pensar en todo esto terminó por aburrirme a mi también. Acabé el güisqui y le hice una señal a Sam para que me sirviera otro. Mientras esperaba me puse a pensar en Vlady, la rubia escultural de mirada abrasadora a la que estoy esperando. Nos hemos ido a la cama varias veces y, francamente, no coincido con el doctor Wikilson. Los ginecólogos son como los ascensoristas, interesados en la conversación, pero ajenos a la gesticulación de las parejas a las que sube y baja
Por fin llega Sam con mi bourbon; en el escenario Lerna interpreta Stormy Weather, y por la puerta aparece Vlady. La noche será larga.
Dónde y Cuándo
El
otro día, ya tarde, Herni, el camarero del Café Society, me dijo
que le había oído decir al jefe que el próximo sábado, vendrá a
tocar Teddy Wilson; un gran tipo este Teddy, amigo de Bobby Henderson
y Lady Day.
Después
de darme la noticia, Herni me dejó mi bourbon con hielo, tres
cubitos, en la mesa. Hubo un momento en el que estuve a punto de
pedirle que no me echara el hielo, pero lo dejé. Creo que no estaba
preparado para prescindir de ese ritual, pero sobre todo, para lo que
no estaba preparado era para dejar de escuchar el tintineo que
produce el hielo al chocar contra el vidrio cuando inclinas el vaso
para llevártelo a los labios, o cuando lo mueves rítmicamente para
lograr una mejor envoltura. Así que decididamente dejé de hacer
caso a lo que había leído hacía unos días en un número atrasado
del Chicago Sun-Times. El rotativo decía que después de
analizar por su cuenta el hielo de alrededor de 49 diferentes
restaurantes y bares habían comprobado que algo más de una de cada
cinco muestras tenía contenidos muy altos de unas bacterias que se
se crían y desarrollan en aguas contaminadas con sustancias fecales
y orina.
Dice
el rotativo que luego hicieron una comparación de las muestras de
hielo con el agua tomada del inodoro de un retrete del periódico y
resultó estar "más limpia" que los hielos de veintiuno de
los bares y restaurantes de Chicago. No quise preguntarle a Herni
cómo mierda hacían el hielo o de dónde salía el que me había
puesto. Lentamente fui paladeando mi bourbon, no sin cierta
desconfianza.
No
se si ya lo saben, pero de viernes a domingo, todo el que quiera pude
verme en el Café Society. El resto de la semana lo suelo pasar en la
cama, y si no es para cobijar a una señora estupenda, no estoy
visible para nadie. Les digo esto porque este sábado estaba, como
casi todos sin excepción, en el Café esperando la actuación de
Teddy. Conmigo, sentados cerca del escenario, se encontraban Bobby y
Eleanora.
La
primera canción en sonar ha sido una de las más cautivadoras que se
puedan imaginar:
Tea
for Two.
Fantástica, la pieza y la interpretación del trío de Benny Goodman
en el que está Teddy y Gene Krupa a la batería. A
Té
para Dos
le
siguió
Where
or When,
melodía imperecedera allí donde las haya. Bueno en realidad como
Té
para Dos;
si una logra que mis pies no puedan estarse quietos,
Dónde
y Cuándo,
me sumerge en una dulce melancolía que es lo más parecido a un
duermevela donde lo que te rodea deja por un tiempo de existir.
El
codazo de Billie me devolvió a la realidad.
Pedí a Herni tres boubon bien largos con soda para Lady y Henderson y con tres cubitos de hielo, salidos de alguna cloaca, para mi. Por un instante, una fracción de segundo, pensé que si no me mataba el güisqui quizá lo haría el maldito hielo: ¿dónde y cuándo? ¡Vaya uno a saber! Con el cuarto bourbon ya me había olvidado de esa podredumbre congelada que flotaba hinchado en mi vaso.
Depresión
Anoche me vi con Billie en el Café Society. Cuando entré, a eso de las doce de la noche, sonaba un boogie-woogie, y frente al piano estaba Albert Ammons: «sol, si, re, mi; fa (natural), mi, re, si; sol, si, re, mi; fa (natural), mi, mi, re, si... do, mi, sol, la; si (bemol), la, sol, mi...Billie y yo no podíamos dejar de mover rítmicamente nuestros pies por debajo de la mesa en la que nos acabábamos de sentar.
Sin darnos cuenta comenzamos hablar de economía, bueno de economía es un decir. En realidad hablamos de cómo nos afectaba eso que los políticos llamaban crisis económica, y que a nosotros nos estaba dejando con lo puesto. Los periódicos hablan de que el paro se había elevado a casi el 25 por ciento, el comercio desplomado, la construcción estaba detenida por completo, y que la Depresión estaba arruinando a todos los países y a sus ciudadanos, sobre todo, a los que menos tenían. Entonces Lady Day, echándose a reír me dijo que cuando ella y su mamá (La Duquesa) encontraron un apartamento en Harlem, la Depresión ya había comenzado: «Al menos eso oímos decir». Fíjate que «para nosotras una depresión no era nada nuevo, siempre la habíamos tenido. Solo eran una novedad las colas para recibir alimentos, que fueron casi lo único que nos perdimos de la Depresión».
Dicho esto, Billie se levantó para ir al escenario y saludar a Mary Lou Williams, que iba a actuar a continuación, pensé en las dificultades que mujeres tan valiosas como ella, tenían para abrirse camino de un modo digno. En fin...
Cuando regresó Billie, Mary Lou desgranaba una de nuestras canciones preferidas: Roll Em. Era ya muy tarde cuando salimos del Society. Cogimos un taxi y la acompañé hasta su casa, en la 139. Después me quedé vagando por Manhattan. No tenía prisa; el tiempo podía esperar.
Perplejidad
El Bemelman's Bar es uno de eso sitios elegantes, elegantes... y caros. Pero de vez en cuando es necesario hacer una excepción. Anoche actuó Dick Wellstood, y esa fue la razón principal por la que me encontraba en ese bar. Fui solo; no me apetecía llevar compañía. Y hubo una razón para ello; una razón poderosa, si era cierto lo que había leído ayer mismo al mediodía en un diario de gran tirada.
No soy nada crédulo, al contrario, pero me quede perplejo y profundamente preocupado. Si, tanto fue así que –angustiado– me apliqué denodadamente en rememorar todo lo que había hecho en las últimas 72 horas, minuto a minuto: estoy leyendo Manhattan Transfe, mi Imperial Standard, con el folio puesto en el carro, espera mi crónica desde Manhattan; la ropa sucia también sigue esperando la lavandería; desayuno, como y ceno como habitualmente hago a diario, el domingo pasado sé que estuve en el Apolo con Eleanora, es decir con Lady Day, hasta las tantas. En fin creo que tengo mi vida en orden, no parece que haya olvidado nada.
Se preguntaran a qué viene toda esta sarta de idioteces, propias de una mente trastornada. Y es ahí donde esta la gracia, que estoy, o me siento, verdaderamente trastornado, y no es para menos: «Un buen orgasmo puede borrar la memoria, entre 20 minutos y 20 horas, tras desatar un episodio de amnesia general transitoria». Inmediatamente pensé en lo trágico del asunto: y si eso me hubiera podido pasar a mi, me pregunté. De ahí mi angustia y recuento de todas y cada una de mis actividades.
Sin embargo, el asunto siguió bullendo en mi cabeza. Así que después me pregunté si no sería esta la razón, los buenos orgasmos, los causantes de los olvidos de nuestros políticos, y no ese congénito afán de engañar para mantenerse en el poder cuanto más tiempo mejor. Algo que les achacamos, quizá, con demasiada insistencia, y ahora ya, tal vez, injustamente. También me pregunto, si es qué realmente tienen tanta necesidad de llevar la bragueta abierta. Porque, los incumplimientos, motivados por esa amnesia, son casi permanentes. Llegado a este punto me lamenté de lo injusto que hemos sido –y somos– los ciudadanos con nuestros políticos. Resulta que es amnesia general transitoria la culpable de todo. Con razón me confesó Lady Day, el pasado domingo en el Apolo, que aunque fuese una fulana, tenía pánico al sexo. Y por cierto, he recordado, ahora, a última hora, que debo de llevar alrededor de quince años sin tener un «buen» orgasmo, lo que hace que esa preocupación mía inicial carezca de sentido: mi memoria es magnífica, de primera clase.
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