lunes, 27 de diciembre de 2021

En el Apolo

Llegué al Apolo alrededor de medianoche. A esa hora, y un sábado, estaba abarrotado de público. En ese momento actuaba Benny Goodman y su orquesta. Sonaba Your Mother's Son-In-Law, y cantaba Billie Holiday.

Siempre suelo llegar antes, pero hoy, hoy he pasado un día infernal: toda la tarde encerrado en mi apartamento con un dolor de cabeza de mil diablos, ni los paños de agua fría, ni la Aspirina, me han hecho. Ya cerca de las diez y pico de la noche es cuando el dolor comenzó a ceder. Recuperado casi del todo decidí arrancar hacía el Apolo. Lady Day me estaría esperando. Había prometido invitarla a tomar un par de copas, aunque no se si saben que el alcohol es un potente vasodilatador y para un tipo como yo, al que le duele la cabeza un día si y otro también, el güisqui le sienta como una patada en las pelotas. Pero en fin, no puedo presentarme allí y pedir un zumo de naranja. ¡Ya me entienden!

Billie y yo hemos intimado bastante, quiero decir que somos buenos amigos. En alguna ocasión la he visitado en el apartamento en el que vive con «La Duquesa», su madre, en la 139.

En una ocasión me habló de su juventud, de sus inicios. Yo me reía mucho con sus historias. Es fantástica.

Hace poco, sentados aquí en el Apolo, me decía que cuando tenía dieciocho o diecinueve años, al poco tiempo de vivir en casa de una tal Florence, «tuve la oportunidad de convertirme en una fulana de a veinte dólares el polvo... y acepté». Billie había perdido su virginidad a los doce años con un trompetista.

Al poco tiempo de iniciar su nueva profesión ya tenía a dos clientes blancos, que le iban los miércoles uno, y los sábados el otro. Uno de ellos lo hacía incluso dos veces a la semana. Me decía que las citas telefónicas eran una novedad, porque con los nuevos teléfonos podía hablar desde la cama, sin necesidad de levantarse para atender a los clientes. Pese a todo esto, Billie me confesó una noche que le daba pánico el sexo.

En una ocasión se presentó en la casa de la señor Florence un negro enorme que quería tenerla solo a ella. Le ofreció cincuenta pavos: «Un precio bajo si tienes en cuenta que casi me mata», me comentaba riendo. Intentaron llevarla al hospital, pero Billie cuando vio el nombre del hospital en la gorra del camillero, se negó y consiguió que la ambulancia se fuera sin ella. Había oído hablar del hospital: «Algunas chicas, que conocía habían ingresado allí con neumonía y habían salido sin ovarios». Me confesó que después de aquello, sencillamente, nunca más se acostó con ningún negro. Pedí dos bourbon y seguimos hablando.

Como todos los fines de semana, he vuelto al Apolo. Solo que hoy es domingo y en lugar de Pennies From Heaven, de Billie, escucho la versión de Rose Murphy.

En el marco de la puerta veo la silueta de Lady Day. En el escenario suena Sing, Sing, Sing de Benny Goodman, casualmente el descubridor de Billie, de su talento. 

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