Me recuerda a los juguetes de hojalata de mi infancia. Solo que éste, siendo de chapa débil y estructura frágil, es un ómnibus real, como reales son sus pasajeros, alguno de los cuales me miran. Los copos de nieve, auténtica cortina, se adhieren a todos los salientes del vehículo, a los carriles de los cristales de las ventanas, incluso sobre éstos; a toda superficie ya sea horizontal o vertical a la que el copo pueda sujetarse.
Sentada en primer plano, junto a una de las ventanillas, veo una señora con lentes y gorro que mira algo que ocurre fuera y le llama la atención. En el asiento contiguo, otra mujer algo más joven, con un tocado en la cabeza, mira de frente quizás a mí a través del tiempo.
En la ventana de al lado, un hombre de mediana edad mofletudo y con sombrero, observa interesado algo que le pasa por delante de sus ojos. En el asiento de enfrente, una señora, mayor, con lentes y un pañuelo cubriéndole la cabeza, mira también algo que sucede en la calle; sonríe.
De pie y agarrada al asa que cuelga de la barra central del ómnibus, una mujer de rostro radiante me observa con la mejor de sus sonrisas salida de una boca amplia y dentadura maravillosa, como sus ojos negros, enamoradizos.
Yo la miro con intensidad y admiración, y ella, que se sabe observada, me corresponde complacida, mostrando el encanto de su belleza.
Qué importa el tiempo cuando es posible dejarlo al margen, a un lado del devenir, y poder admirar momentos y personas como ella.
El tiempo tampoco es capaz de impedir la influencia que pueden ejercer aún sobre nosotros, sobre mí. ¡Gracias muñeca!
* Pasajeros observando por las ventanillas del autobús en marcha. Resalta la sonrisa de una mujer joven al fotógrafo (New York) (decenio 1930).