Gesticula con las manos, sentado en el bar y mirando con sus ojos saltones de beodo y semblante bobo a alguien que está de pie delante de su mesa. Por el ornato en el movimiento de las manos y los brazos, parece explicar a un oyente –real o ficticio– cómo se dirige una sinfónica cuando se ha olvidado la batuta en casa.
Dylan Marlais Thomas, el último poeta maldito, murió demasiado joven. Pero a este galés no lo mató la poesía. Lo hizo una hemorragia cerebral en el hospital St. Vincent de New York, después de sufrir un coma etílico en el hotel Chelsea.
Y la muerte no tendrá dominio.
Y la muerte no tendrá dominio.
Los que por largo tiempo permanezcan
bajo la tormenta del mar no morirán atormentados;
retorcidos de angustia cuando la fuerza pierdan,
aún atados a una rueda, no estarán quebrados;
la fe en sus manos podrá romperse en mitades
y los demonios de unicornio atravesarlos,
no sucumbirán aunque estén fragmentados,
y la muerte no tendrá dominio.
Y la muerte no tendrá dominio.
Podrán las gaviotas no gritar más en sus oídos
o las olas no romper sonoras en las playas;
donde brotó una flor podrá una flor no brotar
otra vez cuando irrumpan las lluvias;
aunque ellos estén lívidos y tiesos como clavos,
martillando margaritas con sus cabezas;
bajo el sol desvanecidos hasta que el sol desvanezca,
y la muerte no tendrá dominio
DYLAN M. THOMAS
*El poeta Dylan Marlais Thomas sentado en una taberna hacia 1946 (New York) (1914-1953).
1 NE. Traducción de la pintora y poeta argentina Raquel Partnoy, de su trabajo 10 POEMAS
DE DYLAN THOMAS. Washington (diciembre 2011).