En primera fila, con las manos apoyadas en el borde del pupitre Modern y rostro de embeleso, una mujer —un hechizo— mira con intensidad y sorpresa al músico que está al otro lado interpretando una pieza de jazz. Los rasgos de su rostro ovalado son perfectos. La frente es amplia y despejada; la nariz recta; la boca entreabierta —pasmada— de labios carnosos y pintados de grana, como sus uñas carmesí. Tiene el pelo intensamente negro y recogido en la nunca. De los lóbulos cuelgan dos medias lunas con una perla en el centro. Viste blusa blanca cerrada bajo una chaqueta oscura sin solapas y botones de fantasía.
Detrás, otra mujer —joven— mira fascina
da la interpretación. Lleva un vestido camisero con lazo de
lunares blancos y fondo claro. Graciosos tirabuzones le caen por la espalda hasta los hombros. Le brillan los ojos, soñadores, y sus labios separados dejan asomar el esmalte de la boca. Su rostro y la expresión que lo ilumina son el arquetipo de belleza.
Sobre el pupitre veo la partitura de I Reme... en Fa mayor y un paño arrugado encima, tapando parcialmente la anotación musical. Al lado, una cajetilla de cigarrillos KOOL y un sobre para Patrick Johnson.
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