viernes, 21 de enero de 2022

The Walking Department Store (Vendedor ambulante) 1

 

     Esta mañana desperté pronto y me levanté antes de lo acostumbrado. Tenía prisa. No era por nada en particular. Estaba inquieto, eso era todo. Cuando aún la ciudad no había acabado de desemperezarse bajé —como acostumbro hacer cada día en mis paseos— por Clinton Street hacía el Williamsburg Bridge, y en la esquina con Delancey Street me encontré con un tipo pintoresco. No me lo había cruzado nunca pero, la verdad, no me extrañó.
    
   Sabía de la existencia de los the walking department store; algo así como vendedores ambulantes. En alguna ocasión me los habían descrito. Hasta ahora, ya digo, nunca tuve la suerte de tropezarme con ninguno de ellos. Me detuve para ver su mercancía, y también por curiosidad. Conforme se aproximaba reconocí en él a un tipo alto, delgado y de edad indefinida. Su cara estaba surcada de profundas arrugas, que se acentuaban con la barba de varios días. Llevaba la cabeza cubierta por un sombrero de ala, descolorido por el sol y el sudor. Aparte de la americana, vestía un pantalón de talla mayor que la suya. En el pasado la prenda debió de ser oscura; ahora, de su antiguo esplendor solo eran visibles unos diminutos cuadros casi borrados. A la camisa apenas si le quedaba cuello.
     En cuanto a su cargamento, lo cierto es que no le faltaba de nada. Todo aquello que en circunstancias normales uno pueda necesitar, él lo transportaba encima. Sujeto con imperdibles, y atado por cordones, de la vieja americana oscura pendían plumeros, cepillos de variadísimos tipos y formas, ralladores, gafas de trabajo, embudos, mangas y coladores de café, crucifijos, llaveros y mallas repletas de género. En las manos mostraba cordones para los zapatos y librillos de papel de fumar. Los bolsillos de la chaqueta tampoco estaban ociosos: en el superior llevaba una pipa, peines, cuchillas de afeitar y quizá una navaja barbera.
     Al llegar a mi altura extendió las manos para mostrar sus artículos. Antes de reanudar mi paseo saqué del bolsillo unos centavos y le compré un par de cordones para los zapatos. El vendedor me sonrió y siguió su camino, como luego hice yo. Hoy llegaré hasta Brooklyn.
  Manhattan es un verdadero prodigio. Derroche de sorpresas, de vida, de gentes imaginativas y emprendedoras. Una amalgama de adjetivos; la Babel de la que habla el Génesis. Cada calle o rincón es un mundo dentro del universo que es New York.

1 NE. Vendedor ambulante que ofrece todo tipo de artículos: gafas, plumeros, embudos, escobas,cordones para los zapatos, navajas... Foto tomada en Manhattan (New York) (decenio 1930).

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