jueves, 6 de enero de 2022

EL VUELO DEL TIEMPO

#cuentosdenavidad

                              

La niña se mostraba nerviosa y le resultaba imposible permanecer quieta en su asiento. Tanto era así, que de vez en cuando, tímidamente, no podía refrenar su deseo de asomarse al pasillo del avión para observar a la persona sentada varias filas más adelante. Era un hombre robusto, con pelo y barba larga, rizada y blanca, de rostro ovalado, ojos intensamente azules y mirada alegre.
¡Mamá, mamá...!, ese señor de ahí, y señalaba con un dedo casi escondido junto a su barbilla, es Papá Noel. ¡No mires ahora, nos puede ver!, dijo casi en un susurro, y el rostro como la grana, mientras permanecía encogida, como si intentara ocultarse o hacerse invisible.
¡Pero que cosas tienes!, contestó la mamá, no sin antes mirar ella también con disimulada curiosidad. ¡Maaamá, nos va a ver! ¡Déeejame, no me tires más de la manga!, y ¡estate quieta! ¡Es "Papánoel", de verdad, mamá! ¡Que si! ¡"Véngaya", niña!
El hombre observaba la escena con cierto disimulo y sonreía para sus adentros. Sabía lo que estaba pasando por la cabeza de la niña. No era la primera vez que le sucedía algo parecido.
¡Hola jovencita! Sí, sí, yo soy Papá Noel, San Nicolás, que por ese nombre también me conocen muchas niñas. Pero, dime, ¿cómo me has reconocido? ¿A que ha sido por mi barba? La niña, en silencio, como amordazada, asiente con la cabeza. Claro, me lo he imaginado, y ¿a dónde vas? De vacaciones con mis papás y primos, ¿y tú? Yo estoy trabajando. Piensa que dentro de unos días tendré que visitar vuestras casas, como hago todas las navidades, para dejaros los regalos. ¿Me llevarás algo a mí? Pues claro. ¿Qué te gustaría? No sé, lo que tú quieras. Oye, Papá Noel, ¿te harías una foto conmigo? Todas las que tú quieras.
La foto es una copia en color, enmarcada y colgada ahora en mi habitación. Ya no sé si me despedí de Papá Noel. Me dijeron que antes de dirigirme a la escalerilla de desembarco, donde las azafatas me sonreían, él me acarició el pelo y me besó en la mejilla. Solo me acuerdo del viento y de los tejados de colores (rojo, azul, verde...), de las casas de aquella ciudad con un nombre difícil de pronunciar: Us–hu–a–ia.
Me dijeron que estaba en Tierra de Fuego, pero entonces yo no entendía el porqué de aquel frío tan intenso, y la nieve... ¿o era hielo? Tampoco lo recuerdo.
Cuando volví de vacaciones y entré en casa, allí estaba él, la estatuilla de Papá Noel, cuidando el abeto que habíamos decorado con tanto cariño y esmero antes de partir. Al lado, el pequeño Belén y sus figuritas, que iban pasando de generación en generación, igual que la de Papá Noel, según me dijo mamá. Pregunté qué era eso de generación en generación: El vuelo del tiempo, me contestó.

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